Este animal, el más grande del mundo, absorbe más plástico que cualquier otro. Los investigadores calcularon que cada gigante con barbas podría ingerir hasta 43,5 kilogramos de microplásticos en un solo día, lo que equivale al peso medio de un ser humano de 13 años.
Una sola ballena azul engulle hasta 10 millones de trozos al
día durante su temporada principal de alimentación, que dura entre 90 y 120
días durante los meses de verano antes de que las ballenas gigantes migren
hacia el sur para pasar el invierno.
Se alimentan tomando enormes tragos de
agua de mar y luego filtrando su comida, que consiste predominantemente en pequeñas
criaturas parecidas a los camarones llamadas krill, así como en diminutos
peces, como sardinas y anchoas, del agua.
El volumen de comida que consumen las ballenas está directamente relacionado con la cantidad de plástico que acaba en sus intestinos.
"La nueva estimación para las ballenas azules es más del doble de las estimaciones más extremas propuestas por estudios anteriores y significa que los enormes cetáceos podrían estar consumiendo fácilmente más de mil millones de piezas de microplástico cada año", destacó el documento.
Los microplásticos son trozos de plástico que miden menos de 5 milímetros y se crean con el tiempo a medida que la contaminación plástica se descompone debido a la acción de las olas y la radiación ultravioleta (UV) en la superficie del océano.
Estos diminutos trozos de plástico se han encontrado
en los estómagos o excrementos de una amplia gama de especies en todos los
niveles de la red alimentaria marina. Sin embargo, es difícil determinar la
cantidad exacta de microplásticos que consumen las distintas especies marinas.
En comparación, una ballena jorobada puede consumir hasta
200.000 trozos de microplástico al día -50 veces menos que las ballenas azules-
durante su época de máxima alimentación, calcularon los investigadores.
Para el estudio, el equipo combinó datos de seguimiento por
satélite, imágenes de drones de la alimentación de las ballenas y registros de
sonar de los barcos de pesca para crear un modelo detallado de la cantidad de
krill y pescado que los cetáceos estaban comiendo, lo que, a su vez, reveló la
cantidad de plástico que podrían estar tragando accidentalmente.