El sábado 29 de julio del año 2000 a las 14.30 horas, René Favaloro, de 77 años, firmó la última de las siete cartas que escribió para despedirse. Luego fue al baño de su departamento porteño, se paró frente al espejo, tomó un arma, la apoyó sobre su pecho, a la altura del corazón -tremendo mensaje póstumo- y se disparó.
De esas siete esquelas, seis permanecen en secreto: son las que dejó para su amor, Diana Truden, para sus familiares, para los directivos de la Fundación que presidía y -sabía- ya no podría sostener con la ética que imprimió a su vida. Una, la que se reproduce acá, fue escrita para que sea pública.
La carta es muy extensa pero les dejamos algunos fragmentos de la misma:
"¡Hace muchísimos años debo escuchar aquello de que Favaloro no opera más! "De dónde proviene este infundio" Muy simple: el paciente es estudiado. Conclusión, su cardiólogo le dice que debe ser operado. El paciente acepta y expresa sus deseos de que yo lo opere. "Pero ¿cómo?, ¿usted no sabe que Favaloro no opera hace tiempo?". "Yo le voy a recomendar un cirujano de real valor, no se preocupe". ¡El cirujano "de real valor" además de su capacidad profesional retornará al cardiólogo mandante un 50% de los honorarios!".
"La situación actual de la Fundación es desesperante, millones de pesos a cobrar de tarea realizada, incluyendo pacientes de alto riesgo que no podemos rechazar. Es fácil decir "no hay camas disponibles". Nuestro juramento médico lo impide."
"Es indudable que ser honesto, en esta sociedad corrupta tiene su precio. A la corta o a la larga te lo hacen pagar.
La mayoría del tiempo me siento solo. En aquella carta de renuncia a la C. Clinic, le decía al Dr. Effler que sabía de antemano que iba a tener que luchar y le recordaba que Don Quijote era español. Sin duda la lucha ha sido muy desigual."
"Joaquín V. González escribió la lección de optimismo que se nos entregaba al recibirnos: "A mí no me ha derrotado nadie". Yo no puedo decir lo mismo. A mí me ha derrotado esta sociedad corrupta que todo lo controla."
Y finaliza:
"Quizá el pecado capital que he cometido, aquí en mi país, fue expresar siempre en voz alta mis sentimientos, mis críticas, insisto, en esta sociedad del privilegio, donde unos pocos gozan hasta el hartazgo, mientras la mayoría vive en la miseria y la desesperación. Todo esto no se perdona, por el contrario, se castiga.
Me consuela el haber atendido a mis pacientes sin distinción de ninguna naturaleza. Mis colaboradores saben de mi inclinación por los pobres, que viene de mis lejanos años en Jacinto Arauz. Estoy cansado de luchar y luchar, galopando contra el viento como decía Don Ata.
No puedo cambiar.
No ha sido una decisión fácil pero sí meditada.
No se hable de debilidad o valentía.
El cirujano vive con la muerte, es su compañera inseparable, con ella me voy de la mano. Solo espero no se haga de este acto una comedia. Al periodismo le pido que tenga un poco de piedad. Estoy tranquilo.
Alguna vez en un acto académico en USA se me presentó como a un hombre bueno que sigue siendo un médico rural. Perdónenme, pero creo, es cierto. Espero que me recuerden así.
En estos días he mandado cartas desesperadas a entidades nacionales, provinciales, empresarios, sin recibir respuesta.
En la Fundación ha comenzado a actuar un comité de crisis con asesoramiento externo. Ayer empezaron a producirse las primeras cesantías. Algunos, pocos, han sido colaboradores fieles y dedicados. El lunes no podría dar la cara.
A mi familia en particular a mis queridos sobrinos, a mis colaboradores, a mis amigos, recuerden que llegué a los 77 años. No aflojen, tienen la obligación de seguir luchando por lo menos hasta alcanzar la misma edad, que no es poco. Una vez más reitero la obligación de cremarme inmediatamente sin perder tiempo y tirar mis cenizas en los montes cercanos a Jacinto Arauz, allá en La Pampa.
Queda terminantemente prohibido realizar ceremonias religiosas o civiles.
Un abrazo a todos.
René Favaloro Julio 29-2000 - 14.30 horas."